lunes, 4 de abril de 2011

RAYUELA O EL POEMA DE LA MAGA Y OLIVEIRA

                                                                    “  _Yo creo que te comprendo _Dijo la Maga,
                                                                                acariciándole el pelo_.  Vos buscás algo que no         sabés lo que es. 
                                                                                Yo también tampoco sé lo que es.  Pero son dos cosas diferentes.”
Rayuela. Julio Cortázar


Por:  Óscar Molina

Los encuentros

Algo  puso a la Maga y a Oliveira en el mismo camino, el juego quizás o el  perturbador azar de la existencia; una búsqueda, tal vez, de lo que escapa a la explicación con palabras de todo cuanto nos existe o nos depara la prefabricada existencia.  En este ensayo se pretende hacer un recorrido desde varios ejes tomando la novela Rayuela, de Julio Cortázar demarcando el referente existencial de una búsqueda que no tuvo comienzo ni fin y que se tradujo en una  circularidad eterna y meditada que es una constante poética en la obra de este escritor. Cabe anotar que no hay intención de reseña literaria, puesto que para tal efecto el argumento de la novela restaría espacio valioso al análisis.  Sin embargo, es posible que los diálogos se encuentren en la intención, demasiado inocente quizá, de un escritor que transvasa la intelectualidad a través de lugares muy transitados, usando la palabra como eslabón primero del arte de expresar.
Como conclusión, se espera la confirmación de las hipótesis que van apareciendo en una reconstrucción poética de las voces de la Maga y Oliveira en la novela.

Rayuela o el juego de la vida.

Jugar a la rayuela es como jugar  a la vida; una apuesta al destino.  Basta una tirada para saber cuál va a ser la nueva ruta.  Para la Maga el Juego había empezado en Montevideo en un arranque que tuvo para justificar el desamor que le dejó un mestizo cuyo nombre afrancesó amorosamente para poder mencionarlo sin mucho rencor.  Un aire nuevo extasiado de arte no vendría mal al corazón de una aspirante a cantante.  Tal vez lo mismo pensó Horacio Oliveira en su natal Buenos Aires cuando determinó que un encuentro estaba conspirado entre él y la Maga: “Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios nacidos de una fase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo.”

Es deducible que bastó el deseo de jugar para que el encuentro se propiciara, una excusa, un as bajo la manga de la Maga y Horacio, quien dio cuenta en su diario novelado de infinitos tratados de lo simple.  Un diario que se debe leer siguiendo los trazos que nos demarcan la vida y la muerte, lo profundo y lo vano, lo simple y lo complejo.  Así pues, emprender el viaje a través del libro implica hacerse a un “tablero de direcciones”.  Bellamente, Cortázar propone dos lecturas:  una directa que termina en el capítulo 56 y otra que inicia en el capítulo 73 con un orden que asemeja el juego a la rayuela, en el cual se va avanzando poco a poco en forma zigzagueante, o inadvertidamente en alguna dirección.  Finalmente, el todo, citando textualmente al autor se traduce en “…una colección de máximas, consejos y preceptos, que son la base de aquella moral universal que es tan proporcionada a la felicidad espiritual y temporal de todos los hombres de cualquier edad, estado y condición que sean…” Así, se toma la cita anterior como un argumento que ayuda a validar la presencia del elemento existencial, al menos en la novela Rayuela. 

Ahora bien, conforme se plantea en la intención de escritura de este texto los predios de lo simple son visitados constantemente por los personajes de Cortázar quienes llevan a cuestas sus propias búsquedas que conducen a territorios intimistas.

Los desencuentros
“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya
la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”.

 Oliveira cree encontrar el amor en  La Maga, hombre demasiado lógico que necesita encontrar la trascendencia que otorgan las cosas del amor y para tal debe atravesar por una crisis existencial antes de encontrarle una respuesta a este sentimiento mediante un distanciamiento ético entre sí mismo y la moral, tengamos en cuenta que Horacio Oliveira es un ser que toma distancia de sus actos hasta cierta parte de la novela porque su sentido racional le hace reconocer su carácter moral, pero cuando sus fracasos  aparecen y el personaje toca fondo,  el ser se antepone a la moral desde lo que él cree que es necesario  para sí: retomar su amor perdido con La Maga en Talita, la esposa de su mejor amigo.  Cabe anotar que el hecho de que Oliveira vea en Talita a La Maga es producto del desvarío y que esto desdobla el componente moral  que el personaje soporta inicialmente. Desde esta posición, y aludiendo al siguiente aparte, la vida, más que una condición es una acción o conjunto de acciones en las que casi nunca participamos y que entre muchas bifurcaciones tendemos a terminar en los lugares menos pensados listos para tratar de volver al lugar del inicio, sin nada, tal vez como al principio: “¿Qué le voy a hacer?  En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur.  Decir de alguien que es un veleta prueba poca imaginación: se ven las vueltas pero no la intención, la punta de la flecha que busca hincarse y permanecer en el río del viento” (Oliveira).
En cuestión, para Oliveira, el hombre es una especie de veleta, sin embargo este debe orientar la punta de la flecha, en este caso, la vida y hacer que sea la imaginación la directriz a pesar de la intención del viento.  Puesta la anterior consideración en términos más filosóficos,  y citando a Seneca [Existe el destino, la fatalidad y el azar; lo imprevisible y, por otro lado, lo que ya está determinado. Entonces como hay azar y como hay destino, filosofemos.] como posibilidad de que la preocupación por el destino ha pasado a terrenos más científicos,  a Oliveira como a los otros personajes de Rayuela, no les queda más que filosofar al verse entre la razón, la pasión, el arte y la angustiante insistencia del recuerdo de cosas vividas y presumiblemente olvidadas, pero tangibles en todos los lugares. 
Somos porque percibimos. De Oliveira para la Maga

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja […] La Maga se quedaba triste, juntaba una hojita al borde de la vereda y hablaba con ella un rato, se la paseaba por la palma de la mano, la acostaba de espaldas o boca abajo, la peinaba, terminaba por quitarle la pulpa y dejar al descubierto las nervaduras, un delicado fantasma verde se iba dibujando contra su piel.”
Una de las características de Rayuela es la manera como el escritor da cuenta de la búsqueda intelectual de la sociedad latinoamericana, asumida como una necesidad emancipadora propia de los movimientos literarios que hicieron parte del Boom.  Al parecer, la razón se deja permear por el arte y los personajes explican su existencia a partir de su capacidad perceptiva que se hace cada vez más sensible al ser extrapolada a la dureza de la vida Pero, ¿dónde concluye el viaje y de qué sirvió una búsqueda signada por el destino?  ¿Qué nuevos estadios les son deparados a Oliveira y la Maga?
La respuesta está en el delirio y en la narración postrera de aquellas cosas que se escaparon a la realidad después del regreso de un viaje que no tuvo punto de partida y menos, de llegada.  Quizás este ensayo pueda leerse como Rayuela, de dos maneras.  La primera puede hacerse tomando solo las citas y elaborando un solo enunciado, un monólogo a dos voces. Y la segunda manera propone la visión de un todo presente en la novela.  En todo sentido, el riesgo es conveniente y decido lanzarme con lo que rayuela comporta: un sentido poema de búsqueda:
_Yo creo que te comprendo _Dijo la Maga, acariciándole el pelo_. 
Vos buscás algo que no sabés lo que es. 
Yo también tampoco sé lo que es.  Pero son dos cosas diferentes.
Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios nacidos de una fase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo.
Y mirá que apenas nos conocíamos y ya
la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente.
“¿Qué le voy a hacer?  En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur.  Decir de alguien que es un veleta prueba poca imaginación: se ven las vueltas pero no la intención, la punta de la flecha que busca hincarse y permanecer en el río del viento.
 Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja […] La Maga se quedaba triste, juntaba una hojita al borde de la vereda y hablaba con ella un rato, se la paseaba por la palma de la mano, la acostaba de espaldas o boca abajo, la peinaba, terminaba por quitarle la pulpa y dejar al descubierto las nervaduras, un delicado fantasma verde se iba dibujando contra su piel.
El texto anterior  deja ver  que Rayuela es una novela itinerante que se deja recorrer en distintos espacios, lugares abiertos o cerrados, públicos y privados, con personajes que se desnudan en lugares comunes y se asombran ante las cosas más nimias.
Entonces, para determinar el nivel poético de la novela y la expresión surrealista, Cortázar hace de Horacio un ser capaz de caminar lúcido por los senderos de la razón y del desenfreno, lleno de una capacidad inmensa para definir su esencia.  Lo mismo pasa con las expresiones intimistas de muchos personajes que dejan ver sus concepciones del mundo y las aspiraciones del ser como habitante del mismo.



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